Comparto con ustedes la primera entrega de una nueva serie, llamada “El Músico Invisible”. Esta es una columna mensual que estará saliendo en la revista de Angostura VideoCable (gracias por el espacio!), que llega a muchísimos hogares acá en Bariloche.
Espero les resulte interesante!!
Un abrazo!
INTRODUCCIÓN
Una vez leí una historia que me pareció interesante. Vaya uno a saber si es cierta o no, pero, en fin, ¡no dejemos que la precisión histórica nos prive de una buena historia!
Dicen que antiguamente, en el norte de África, mientras alguien bailaba o interpretaba un instrumento, en ocasiones alguno de los presentes podía gritarle “¡Alá!”, en señal de admiración de ese hecho artístico que ocurría. Me refiero a “Alá” como quien dice “¡ahí está Dios!” al mirar un amanecer, como una manera de referirse a “aquella otra cuestión misteriosa” –no a la palabra “Dios” en la habitual connotación religiosa-. Parece que esta costumbre, cuando tiempo después llegó a España, se transformó en el “¡Olé!” que a veces se grita en el flamenco cuando ocurre uno de esos momentos mágicos. ¡Y quizás ese “Olé” después también se transformó en el “oh yeah” del jazz!
Todos vivimos alguna vez uno de estos momentos.
Un momento en el que de forma casi inexplicable una situación que debería ser mundana se transforma en uno de los hechos más significativos que podamos experimentar. Como si de pronto el tiempo, que es la sustancia de la que estamos hechos, se detuviera para permitirnos ver lo que está detrás (o las “leyes secretas”, para seguir robando frases a Borges). Una vez Pat Metheny dijo algo que, aunque no recuerdo las palabras exactas, tiene que ver con este asunto: “la música es en realidad algo que nos está prohibido, que se escapa entre las grietas del suelo y llega a nosotros en forma clandestina”.
Estos momentos en los que aparece eso otro, no son exclusivos a la música o al arte en general, sino que son hechos que trascienden lo meramente artístico (o quizás debamos revisar qué significa el arte). Puede ser una madre o un padre al ver por primera vez a su hijo recién nacido, la sensación de estar frente al lago cuando refleja el cielo en un día sin viento (disculpen la cursilería!) o un abogado (recordando que Gandhi comenzó siendo un simple abogado!) al tomar una solución creativa en la que inesperadamente todos los involucrados salen ganando. Todos nosotros, en diferentes situaciones de nuestras vidas, hemos experimentado este tipo de sucesos.
Y a veces estos momentos pasan en las situaciones más inesperadas. Oliendo un café, viendo a un hombre barrer una vereda o cerrando los ojos en una respiración profunda. Realmente es algo muy extraño.
Que suceda uno de estos momentos mágicos no depende de la formación ni del grado de experticia. De hecho, querer provocar esta situación pareciera ser tan ridículo como pretender llegar al horizonte (lugar al que nunca se llega pero, como bien dice Galeano, sirve como excusa para caminar).
Hay muchos libros respecto a la música, al arte o al hecho creativo, pero a mí me interesa ese momento en el que “ocurre eso”. ¿Qué es “eso”? ¿Cómo sabemos cuando está sucediendo? ¿Soy responsable de que suceda? ¿Soy culpable de que no suceda? ¿Cómo puedo hacer para que suceda más seguido, o con más profundidad?
Para los que vivimos en función de estos momentos, no nos es suficiente con leer textos que describen románticamente el asunto. Nosotros queremos herramientas concretas para salir a la cancha con un recurso bajo el brazo que nos ayude a generar esos momentos de vida profunda… o un recurso que al menos nos ayude a no impedir el normal transcurso de esta magia. Esos momentos que quizás ocurren durante un par de segundos cada año, ¡pero son combustible suficiente para seguir adelante un año más!
Mi experiencia respecto a estos momentos me lleva a pensar que “si buscás que ESO suceda, es seguro que no sucederá”. De ahí surge la idea de desaparecer, de buscar el “arte sin artista”, de buscar la “música que no necesita del músico”. Actuar desde un lugar que es ajeno, y comprometerse con eso.
En fin, lo habitual de desprenderse, de desaparecer, del ego y de sus secuaces.
De ser invisible como contraposición a un objeto opaco que no permite ver aquello que hay detrás.
Bienvenid@ a esta columna. “El Músico Invisible”.