Jim viajaba con su guitarra Sadowsky en un flightcase marca Calton, una valija con ropa y un portafolio con cables, pedales y esas cosas. Es decir, no llevaba amplificador, y dependía del equipo que alquilaban en cada ciudad.
Cada noche le tocaba un Polytone distinto. A veces era uno con parlante de 12 pulgadas, otras veces era con parlante de 10; a veces tenían reverb, otras veces no… Jim solo pedía que hubiera “algún Polytone”, y eso era todo.
Mientras miraba a Jim probando sonido, de pronto se acerca a mi y me dice “me gustan estos equipos… suenan un poco como un valvular, pero son más sencillos”. Me contó de que antes usaba valvulares, y charlamos un rato respecto a esas cuestiones. Recuerdo el dilema que era charlar con Jim, porque lo hacía mientras tocaba; nunca podía decidirme entre prestar atención a lo que decía, o prestar atención a lo que tocaba: ambas cosas eran demasiado buenas como para hacerlas a medias!
Lo curioso de esta cuestión de los amplificadores es que él podría haber exigido cualquier tipo de equipo, o viajar con el suyo propio, pero elegía no hacerse problema y tocar con “el Polytone que le dieran”.
Que pudiera adaptarse a estas condiciones tan cambiantes, y que el foco siempre fuera la sencillez (aunque esto no significa que lo contrario esté mal, por supuesto!), es entonces la octava parte de esta serie de anécdotas con Jim Hall.